La bicicleta como vehículo más o menos parecido a lo que hoy en día conocemos, tuvo su gran expansión en la década de 1880, principalmente en Estados Unidos y en Inglaterra.
En la Inglaterra victoriana, una sociedad en la
que las mujeres carecían del derecho de sufragio y del derecho a litigar en
juicio. Tampoco podían poseer bienes propios, aunque a ninguna le faltaba lo
necesario para mantener la casa limpia, los hijos educados y el marido
satisfecho, para algo pasaban al casarse a ser propiedad de ellos, que podían
según su deseo tomarlas sexualmente sin que ellas pudieran rechazarlos. Pero en
la década de 1890, muchas de ellas, cansadas, vieron en aquella 'máquina del
diablo' su libertad. Fue así como nació la 'nueva mujer', término que se usó
para describir a aquellas que rompían con las convenciones sociales imperantes,
que trabajaban fuera de casa, que no querían ser esposas ni madres y que,
además, reivindicaban tener voz y voto en política y derechos como los hombres.
A ellas la bicicleta les dio una
mayor y más rápida movilidad sin tener que depender de un hombre, y las ayudó,
entre otras cosas, a cambiar de atuendo. ¡Adiós a los corsés y las enaguas!
Casi vestidas como ellos, desafiaron a la moral de una época que hasta ideó
'sillines higiénicos' duros y sin apenas relleno para que no hubiera
estimulación sexual alguna con el traqueteo.
En este contexto, la señorita F.
J. Erskine decidió escribir una guía que ayudase a estas nuevas amazonas sobre
ruedas a vestirse, a tener una correcta alimentación, a reparar su propia
máquina y a afrontar algunos peligros. Se trataba de 'Damas en bicicleta'.
"Si las damas recorren en bicicleta cincuenta
millas cuando su límite razonable está en diez -en definitiva, si pierden el
juicio y el sentido común y se vuelven majaretas-, en ese caso, sin ninguna
duda, el ciclismo constituye una práctica dañina para las féminas".
Y es que muchos no vieron con buenos ojos que
las mujeres pedalearan y, con la excusa de los daños para la salud, lo que
pretendían evitar era la rebeldía y la libertad que traía consigo esta
práctica.
La primera en caer fue la moda,
calificada de "absurda" por la señorita
Erskine. Y no le faltaba razón, porque a nadie se le escapa que llevar una
falda "de corte singular para que cuelgue vistosa y ampliamente a ambos
lados del sillín" nada tiene que ver con la comodidad.
Así fueron
apareciendo los bloomers o
pantalones bombachos, las medias de lana y los zapatos de encargo. Un escándalo
para la época.
Los sacerdotes dedicaron sermones a resaltar lo pecaminoso del
asunto; a las profesoras francesas se les prohibió acudir con ellos a la
escuela y a la aristócrata Lady Haberton
se le impidió entrar, por llevar bloomers, en una cafetería donde pretendía beber
algo antes de montar de nuevo en su bicicleta. La batalla por los pantalones
estaba perdida, pero mientras tanto se había avanzado un largo trecho en la
emancipación de la mujer.
La mujer que montaba en bicicleta
rompía las reglas establecidas sobre el comportamiento femenino y se convertía
en una persona de dudosa moral. Un gran escándalo acompañó a las primeras
ciclistas. A la londinense Emma Eades
la recibían a pedradas; a otras muchas las insultaban o agredían. Por si fuera
poco, los médicos de la época opinaban que el ciclismo era una actividad
perjudicial para el organismo femenino, considerado más débil que el masculino.
Montar en bicicleta, creían, podría causar esterilidad y trastornos nerviosos.
Poco a poco, este ejército de
'ciclistas' independientes y luchadoras logró dejar atrás los días en que los
hombres eran la exclusiva mano de obra en el comercio y las profesiones
liberales
Por supuesto, tan novedoso
transporte llevaba instrucciones de uso, pero ¿quién las lee? Sabedora de tal
hecho, la señorita Erskine da
también en su guía una serie de pautas para, tras realizar los ajustes
necesarios de sillín y manillar, poder comenzar a andar en bicicleta.
Y así,
paso a paso, no solo aprendían las victorianas a montar en sus nuevos vehículos,
sino que eran habilidosas al aplicar las medidas y remedios oportunos a fin de
hacer las reparaciones precisas, sabían cómo alimentarse correcta y adecuadamente
según la práctica deportiva e identificaban los peligros más comunes derivados
del uso de su medio de transporte.
Poco a poco, la
imagen de la mujer en bicicleta dejó de ser extraña. Cada vez más baratas, las bicicletas
se popularizaron. Surgieron clubes femeninos que ofrecían la oportunidad de
viajar en compañía y evitar el acoso. Un ejemplo es Annie Londonderry que fue la primera mujer en dar la vuelta al
mundo en su bicicleta con 25 años y siendo madre de tres hijos allá por 1895. Y
lo hizo por una apuesta que finalmente ganó y que le sirvió para demostrar que
una mujer podría hacerlo igual que lo haría un hombre.
De esta manera la
mujer fue conquistando un nuevo terreno que antes le había estado vetado.
De hecho, el
fenómeno se había vuelto tan popular que , a finales de la Belle Époque, una
mujer soltera se quejaba de que ya no se podía ligar sin montar en bicicleta.
Pero lejos de estos razonamientos decimonónicos,hoy en día las mujeres de muchos países del mundo tienen prohibido el uso de la bicicleta bajo argumentos muy parecidos. En países musulmanes se han publicado 'fatwas' o edictos en los que se prohíbe a las mujeres mayores de 13 años usar la bicicleta.
También hay confesiones ultracristianas que desaconsejan el uso de la bici a las mujeres.
Incluso Corea del Norte ha aprobado recientemente una orden por la que se prohíbe a las mujeres usar la bici por ser contraria a su practica con la ideología estalinista e ir en contra de la moral social del país.
En los últimos años están surgiendo en muchos países europeos y latinoamericanos iniciativas por parte de las mujeres para fomentar el uso de la bici como medio de transporte o como medio de ocio y deporte.
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